En un mundo donde vampiros y licántropos son una realidad velada por sombras y secretos, esta historia nació de la forma más inesperada.
Serena, harta de una inmortalidad que jamás pidió, fatigada por la pérdida constante de aquellos que alguna vez despertaron algo en su corazón, encontró al “hombre” que lo cambiaría todo: Lycan. Un licántropo atrapado en su forma bestial, incapaz de volver a ser humano con la salida del sol. Su existencia era un error biológico… y un riesgo. Los altos círculos vampíricos lo habían capturado, planeando ejecutarlo por violar los principios de la Mascarada.
En un acto de compasión poco común entre los suyos, Serena solicitó custodiarlo en su mansión-castillo. Los ancianos vampiros pensaron que lo deseaba como simple mascota, un entretenimiento más en su eternidad vacía. Pero Serena tenía otros planes. Intentó comunicarse con él, comprender su sufrimiento, su lucha interna. Lo que comenzó como un experimento empático… terminó transformándose en amor.
Con el tiempo, Serena descubrió que Lycan había amado a una humana antes de su maldición: Sor Lucía. Contra todo instinto vampírico y desafiando su propia naturaleza, Serena la localizó. Ambas estaban enamoradas del mismo ser. Así que Serena le hizo una propuesta radical: compartirlo. No como objeto, sino como consorte. Como amante. Como alma rota que ambas sanarían, domando juntas su monstruosa lujuria.

Personajes

Con más de quinientos años de existencia, Serena ha cargado con el peso de una inmortalidad que nunca eligió. Ha visto reinos caer, amantes morir y siglos transformarse en polvo... hasta que el rock la encontró y le devolvió un atisbo de humanidad. Adoptó el estilo con la devoción de quien necesita sentir algo real. Chaquetas de cuero, labios oscuros, y una actitud que corta como navaja.
Durante siglos creyó que ningún ser podría llenar el vacío que habitaba en su pecho... hasta Lycan. Brutal, salvaje, genuino. Su mera presencia desarmó sus muros. Y aunque en ocasiones se pregunta si lo que siente por él es amor verdadero o una fascinación visceral por su descomunal virilidad lobuna, no puede —ni quiere— alejarse.
Con el mundo es una reina de hielo: calculadora, fría, despiadada. Pero con Lycan… y con Lucía, aunque le cueste aceptarlo, se muestra distinta. Serena no fue hecha para el amor, pero por primera vez en siglos, se permite vivirlo. A su manera. Sin reglas. Sin perdón.

Hace menos de un año era un humano común, con una vida tan gris como el cielo antes de la tormenta. Pero entonces, la licantropía cayó sobre él como una maldición ancestral… y algo salió mal. A diferencia de otros de su especie, Lycan quedó atrapado permanentemente en su forma lupina, un fenómeno tan anómalo que la Mascarada decidió eliminarlo antes de que su mera existencia comprometiera el velo que protege a los sobrenaturales del ojo humano.
Fue Serena quien lo salvó de una ejecución segura. Y, con el tiempo, también cayó bajo su influjo. Aunque, a veces, incluso ella duda si lo que siente es amor… o simple fascinación por el descomunal atributo con el que la naturaleza salvaje lo bendijo.
Lycan apenas puede hablar. La lengua humana se le escapa entre colmillos. Y su temperamento, ahora dominado por instintos animales, lo convierte en una bomba de furia contenida. Pero Serena y Lucía lo mantienen a raya. A veces con afecto… otras, saciando sus necesidades más primitivas. Domar a la bestia no es fácil. Pero para ellas, es un placer.

A pesar de sus votos como monja, su corazón latía con fuerza por un hombre al que nunca dejó de anhelar. Pero, como si el cielo la castigara por ese amor prohibido, él desapareció sin dejar rastro. Durante un año se aferró a la fe, buscando consuelo entre rezos… hasta que una vampira tocó a las puertas del convento trayendo una revelación: su amado estaba vivo. Cambiado, sí… pero vivo.
Donde otras habrían sentido terror, Lucía vio una prueba divina. El aspecto lobuno de Lycan no la hizo retroceder; al contrario, despertó en ella una devoción más profunda. Amar a todas las criaturas de Dios, decía su fe. Y aunque su orden jamás especificó nada sobre miembros caninos ni sobre la abundancia con la que Lycan bendice a quienes ama… ella no lo ignoró. Ni quiso.
De carácter sereno pero ferozmente leal, Lucía no teme compartir el amor de Lycan con Serena. Para ella, el amor es un sacramento que va más allá de lo humano. Dios sigue siendo parte de su vida, pero sus votos jamás dijeron que no podía domar la virilidad de una bestia.