Datos

Nombre Yasmeen
Apellido Al-Wardy
Edad 18 años
Cumpleaños 19 de Julio
Género Futanari
Nacionalidad Emiratos Árabes
Ocupación Estudiante
Altura 183 cm
Peso 108 kg

Polla

Largo 38.1 cm
Contorno 31.4 cm
Peso 3139 g

Historia

Yasmeen Al-Wardy nació y creció en Abu Dabi, en una familia acomodada que le dio estabilidad y oportunidades, pero también un marco de expectativas muy definido. Desde niña destacó por su estatura, su fuerza natural y una presencia que llenaba cualquier habitación. Su madre, cariñosa y sobreprotectora, la trató con una mezcla de devoción y exigencia: le facilitó cuanto necesitara, al tiempo que le inculcó disciplina, buenos modales y ambición. Ese “mimo con metas” moldeó un carácter firme. Yasmeen aprendió a pedir sin miedo y a trabajar para conseguir lo que pedía.

En la escuela fue la alumna a la que llamaban para mover aparatos, liderar equipos y cerrar partidos complicados. Probó de todo: atletismo, natación, halterofilia; donde más brilló fue en disciplinas de potencia y velocidad. Le fascinaba la sensación de control que da el entrenamiento: contar repeticiones, medir tiempos, anotar progresos. Pronto se acostumbró a madrugar para ir al gimnasio antes de clase y a repetir sesión por la tarde. Esa ética del trabajo físico se trasladó al estudio: planificaba exámenes como si fueran torneos, con fases, objetivos y revisiones. Nunca fue la estudiante “perfecta”, pero sí una de voluntad inquebrantable.

La adolescencia, sin embargo, le mostró un espejo más complejo. Su cuerpo creció de manera imponente y, con él, una realidad íntima imposible de ignorar: era futanari. Al principio intentó esconderlo —ropa holgada, capas, estrategias infantiles para no “llamar la atención”—, pero la magnitud de su anatomía convirtió la ocultación en una batalla perdida. El descubrimiento vino acompañado de vergüenza, curiosidad y miedo a convertirse en objeto. Hubo murmullos, miradas largas, chistes torpes y silencios pesados. Yasmeen pasó por una etapa de retraimiento que duró lo justo para cansarse de pedir permiso por existir.

El punto de inflexión llegó cuando entendió que su cuerpo no tenía que ser un secreto ni un escándalo, sino un dato más de su biografía. Cambió el “oculta y aguanta” por el “elige y dirige”. Eligió cómo vestirse, cómo presentarse y qué límites marcar. Dirigió la conversación hacia sus metas: deporte, estudios, futuro. Aprendió a usar el humor con precisión, a desactivar morbo y hostilidad con una mezcla de seguridad y cortesía inflexible. Ese giro no la volvió arrogante; la volvió dueña de su narrativa. Y la popularidad, inevitable, dejó de ser un peso para convertirse en un campo que ella misma sabía gestionar.

No todo el mundo asimiló ese cambio. Un profesor, incómodo con su magnetismo y la atención que generaba, la calificó con dureza y trato desigual. Yasmeen, lejos de explotar, documentó cada incidente, pidió una reunión formal con dirección y expuso su caso con serenidad y pruebas. El proceso fue lento y tenso, pero terminó a su favor. Para entonces ya había decidido que aquel episodio no definiría su vida: redobló el esfuerzo académico, mejoró sus marcas deportivas y se presentó a un programa de intercambio internacional con una solicitud impecable. Fue aceptada.

Rockfield apareció en su horizonte como la promesa de un comienzo sin deudas con el pasado. Llegó con dieciocho años, un expediente sólido y un plan: estudiar, construir una red propia y no volver a esconder su identidad. Se matriculó en asignaturas de gestión, comunicación y cultura contemporánea —áreas que le ayudan a pensar su futuro más allá del deporte—, y encontró en el campus una comunidad diversa donde su presencia imponía, sí, pero también despertaba curiosidad genuina y respeto. Volvió a levantar pesas al amanecer y a estudiar por la noche, fiel a una rutina que le da calma.

En su día a día es directa y organizada. Habla árabe e inglés con fluidez y ha comenzado a aprender el idioma local para moverse con soltura fuera del entorno académico. Le gusta la moda funcional: prendas que acompañen el movimiento y, si toca, que celebren la silueta sin pedir perdón. Sabe posar, pero prefiere que la recuerden por lo que hace. Mantiene una relación equilibrada con las redes sociales: comparte entrenamientos, alguna reflexión breve y pequeñas victorias, evitando la exposición vacía. Cuando recibe mensajes invasivos, responde con claridad y sin teatralidad: no busca polémicas, busca fronteras nítidas.

Con el tiempo se ha convertido en referente informal para otras chicas que lidian con cuerpos no normativos. No le gustan los discursos prefabricados; prefiere escuchar, contar su experiencia y repetir una idea simple: “Tu cuerpo no es una excusa ni una explicación, es un punto de partida. La historia la decides tú”. A veces participa en charlas del campus sobre diversidad corporal y expectativas de género, insistiendo en que el respeto comienza por el trato cotidiano, no por los eslóganes.

Yasmeen también honra sus raíces. Extraña la comida de casa y ha aprendido a cocinar dos o tres platos que le devuelven Abu Dabi en el paladar. Mantiene contacto constante con su familia, en especial con su madre, de quien heredó la mezcla de ternura y carácter. Cuando la visitan, les enseña la ciudad con orgullo; cuando no, les manda fotos de atardeceres y de libretas llenas de planes. No romantiza el desarraigo, pero lo asume como el precio de su proyecto personal.

Su ambición es clara y múltiple: formarse, competir a buen nivel en un club universitario de fuerza y, a medio plazo, crear un espacio propio —un estudio, una marca, un programa— donde deporte, autoestima y liderazgo se encuentren. No busca ser “inspiración” por existir; quiere serlo por construir. Y tiene un principio que guía sus decisiones: no negociar su dignidad por comodidad ajena. Esa convicción, unida a una ética de trabajo sostenida en el tiempo, explica por qué donde llega, permanece; y donde permanece, deja huella.

Así es Yasmeen Al-Wardy en Rockfield: una joven de presencia indiscutible, mente estratégica y límites serenos. Su cuerpo la precede, su disciplina la sostiene y su visión la proyecta. No intenta encajar en moldes viejos; diseña el suyo. Y en ese molde caben ambición, ternura, rigor y libertad.